domingo, 8 de abril de 2007

EL HOMBRE QUE NUNCA LLEGÓ AL LUGAR

Tal vez en alguna ocasión os hayáis preguntado –del mismo modo en que yo lo hacía el otro día, cuando circulaba por una carretera, de vuelta hacia algún sitio, tratando de encontrar la ruta entre las múltiples indicaciones de carteles, direcciones, salidas y entradas y circunvalaciones de las autopistas- si ha habido alguna vez alguna persona que se dirigiese de un sitio a otro lugar, debiendo seguir para ello las indicaciones y desvíos y rutas, que nunca consiguiese, perdido entre la maraña se símbolos y sentidos, por más que preguntase a la gente o dispusiese de todo el tiempo del mundo para llevar a cabo su intención, el alcanzar su objetivo de destino. Si realmente, ha existido alguna vez un hombre (o mujer), que nunca llegara al lugar.

Pues bien: lo hay. O lo hubo, más bien. Las leyes de las probabilidades, es cierto, así parecen indicarlo, que ocurra si se piensa sobre ello (no es tan gran mérito); pero, si se piensa un poco más también, no se nos escapará el que por las mismas leyes de las probabilidades también, el que una persona, disponiendo de todo el tiempo que necesitase para ello, así como de mapas y planos de carreteras, de los letreros indicadores que la DGT sitúa junto a carreteras y calles y autopistas, o ante las glorietas y sobre los nudos y bajo los puentes, así como de un número determinado de gente o lugareños de los distintos lugares por los que circulase para preguntarles en cada punto sobre la dirección adecuada a tomar o la ruta correcta a seguir, pese a lo mucho que se equivocase, todos los intentos fallidos, las entradas y salidas equivocadas y las vueltas y las idas y los trayectos en un sentido que no fuese el adecuado (...), al cabo, por muchos que hubieran sido los hierros, al cabo digo de un largo tiempo, por una ley básica del acierto-error, acabaría, a la fuerza, por venir a llegar al lugar (de destino). Bien, pues como les decía al principio, el caso del hombre que, pese a disponer de todo el tiempo y alternativas del mundo, nunca llegó al lugar, existe. Y sé que existe porque recientemente me han contado su historia (por el momento, no desvelaré la fuente), y es la misma que en este preciso instante os paso a contar:

LA HISTORIA DEL HOMBRE QUE NUNCA LLEGÓ AL LUGAR

domingo, 1 de abril de 2007

LA INCREÍBLE Hª DEL SEÑOR MILAGROSO (y II) -¡YA ESTÁ AQUÍ!-

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…No tuve ganas o ánimos para llamar a aquél número, o tal vez me pareció más seductor el acercarme hacia allá, casi de incógnito, por poder llegar a ver por mi cuenta qué me podría encontrar, si tal vez de veras mis pálpitos, mis ilusiones –un poco absurdas- pudieran tener algo de acertado, de realidad…

Así que una tarde, después del trabajo (que no hacía mucho acababa de conseguir), me encaminé hacia una dirección de la parte alta de la ciudad, cercana al área de negocios. El piso se trataba nada menos que de un onceavo, y al entrar al edificio me encontré con el ineludible control de identidades. “No, aquello no me podía llevar hacia el viejo” –me dije- ni presagiaba nada bueno, pero una vez allí mejor sería llegar hasta el final y comprobar qué se escondía tras aquél enigmático anuncio; así que sobre la marcha improvisé que tenía cita en una ETT que –infaliblemente- pude ver que residía en una de las plantas del inmueble.

Subí a la 11 con mi tarjeta para la ETT, y saludé a la cámara al salir, (para a la vuelta tener algo de distracción con el segurata). Al fondo del pasillo se doblaba a la izquierda, y de golpe me encontré con el letrero “¿Soluciones Mágicas?”, y debajo “Depilación láser: inmediata”, “Cirugía instantánea”, “Correctores faciales”… etc. Era una clínica de Cirugía Estética. Oh, my god…

Aún tuve ganas de entrar y preguntar, por asegurarme algo para conmigo mismo. “Esto es una clínica, ¿verdad?” “Sí, señor”. “Gracias”. Así que me fui…

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…Alguien me habló de un lugar llamado “El Milagro” algún tiempo después; un pueblo, un restaurante de carretera, y no pude por menos que, igualmente, relacionarlo con ésta extraña historia. “El Milagro. Qué curioso nombre”, me dije, “sí señor”. El “Milagro” auténtico estaba lejos, era en realidad un pueblo de una lejana carretera del interior, o un lugar, con un famoso restaurante de carretera, o vete tú a saber qué. Pero –por un momento pensé-, si, en realidad, ¿no estaré creando un precedente para los que vengan luego a revisitar todo esto después?…Valía la pena intentar algo.

Sí, me resultó curioso el nombre de “El Milagro”, y entonces se me ocurrió meterlo en una guía, buscarlo, por ver qué salía. Y “cuál no sería mi sorpresa” –como dicen en los cuentos malos- cuando no llegué sino a encontrar que había un Bar llamado “El pequeño Milagro”, en el barrio, muy cerca del mismo lugar adónde me habían dado las extrañas tarjetas….

…No tenía mucho que hacer aquella tarde en que estaba, así que me fui para allá. El lugar era una típica calle solitaria del barrio de Tetuán, de esas en las que fácilmente se adivina la presencia del cercano centro. Creí poder sentir el viento soplando, y moviendo las hojas a la entrada… Cuando entré, luego de acomodarme y mirar por un segundo al único parroquiano, después de esperar pacientemente al “jefe”, no me dejé de fijar en los viejos y ajados letreros de la pared. Rezaban así, por ejemplo “…El Señor Milagroso recomienda hoy: Sardinas fritas y al ajillo”. “El Señor Milagroso le recuerda que “hoy no se fía; mañana sí””. “El Señor Milagroso, también se agradecen propinas” y por último “No olvide probar los famosos pollos fritos del “Señor Milagroso””.

…Llevaba bastante tiempo sintiendo frío en mis “mangas de camisa” –como solía decirme mi madre- pero no había sido capaz hasta el momento de ponerme el jersey que llevaba anudado a la cintura. Simplemente, no era capaz –no me preguntéis por qué. Sólo sabía beber de mis cañas de cerveza que pacientemente había ido pidiendo, como por esperar algo, algún acontecimiento que viniera a producirse, sin saber muy bien el qué pudiera ser. Para ese momento –serían ya las 11 o 12 de la noche- debía llevar ya unas buenas dos o tres horas en el solitario sitio. Y entonces…

…A eso de las 11:30, al fin, llegó el “Señor Milagroso”. Bingo. Sabía que ése tipo vendría, no me preguntéis por qué tampoco. Yo ya iba cargadito de las muchas cañas que me había tomado –él se había sentado y pedido un vino- así que no me costó mucho esfuerzo acercarme hasta él y hablarle. Ya sabéis, las cosas “con alcohol, son mucho más fáciles”. Además, había bebido lo suficiente como para estar lúcido.

“Buenas” “Oiga, no he podido dejar de fijarme en ese letrero que llevaba el otro día –y que por cierto, hoy no lleva- y que rezaba “Señor Milagroso”. El tipo me miró asombrado… (sigue)

LA Hª -INCREÍBLE Y VERÍDICA- DEL “SEÑOR MILAGROSO” !!!



La siguiente es una historia real y verídica –aunque algunos así no la lleguen a creer- y paso a contarla porque me pueda parecer de interés para aquellos, de entre todos los que la lean, que así la puedan considerar…

Pues bien, venía yo algún día –alguna tarde para ser más precisos- en el Metro, debía dirigirme hacia algún lugar que ahora no recuerdo muy bien, con prisas para variar.
Entonces el tren se detuvo en una estación, ésa típica estación como de transición en la que nunca se baja nadie. Una de esas estaciones que parece que están ahí porque tienen que estar, aunque nadie sabe muy bien a dónde se sale en la superficie, y solamente tal vez los lugareños (osea, los pocos que viven por allá arriba, en el barrio) se bajan muy de vez en cuando. Vamos, que es de esas estaciones que pillan justo antes o después de la típica estación-nudo de intercambio de varias líneas, en las que se baja todo “dios”.

Bueno, pues digo todo esto para expresar la extrañeza que me produjo (pese a lo ausente y semi-adormilado que yo debía ir), insospechadamente, ver bajarse en aquella Estación –en la que “teóricamente” no debía bajarse nadie- a un tipo que venía en el mismo vagón que yo, tal vez una puerta más allá, y que mostraba un aspecto… como diría… poco convencional: era mayor, algo “grueso” (por decirlo así), lucía un “plumas” pelín exagerado para la época del año, aspecto desaliñado e incluso tal vez desaseado… y una mochila a la espalda. Creo que pasó por delante de mí, y por eso seguramente me fijé. Quedó él sólo en la Estación, caminando lentamente hacia las escaleras, y el caso es que me fijé en lo diferente que era del resto… y tal vez no hubiera ocurrido nada más sino hubiera sido porque, al alejarse, lo observé un poco más –con mis cansinos ojos- y pude leer perfectamente cómo, de su raído abrigo, colgaba una etiqueta en la que –perfectamente- se podía leer el letrero: “Señor Milagroso”.

Pasó un tiempo hasta el siguiente acontecimiento que quería narrar, supongo que yo llegué –tarde- a aquella entrevista (o lo que fuera) a la que me dirigía, y no debió ocurrir mucho más. Pero, imagino también, que yo –subconscientemente tal vez- me quedé con la copla, la relacioné extrañamente, imaginando en mis fantasías que aquella etiqueta indicaba el hecho de que aquél tipo era, extrañamente, alguien –como decirlo-… “especial”.

El caso es que yo venía atravesando desde hacía una época una “mala racha”, y no se me había escapado en los últimos tiempos el recordar un acontecimiento que me había sucedido en el pasado –sí, aunque no lo crean, toda esta historia tiene un hilo- que, a mi modo de ver, había sido el desencadenante de la mala suerte y todos las desgracias y desaciertos que en los últimos años venía acumulando como se acumulan (al revés justo) los aciertos en una quiniela de quince. Y fue que un día, de hará unos 4 años, caminaba también por la mañana hacia mi “recién estrenado” trabajo de entonces, cuando una mendigo de la calle, a quien veía todos los días tirada en el mismo banco de la avenida, se dirigió a mí, con la intención supuse de pedirme algo -aunque no la entendí muy bien-. Tenía un aspecto de auténtico espanto, que tiraba para atrás, con su cara abotargada y roja, y sus harapos, y la litrona, y sus ojillos de aire burlesco y, casi diría, maléfico. Tal vez cometí el error de pararme y decirle algo así como que no la había entendido (acostumbro a atender a todo aquél que se dirige a mí), y entonces masculló algo sobre que le diera no se qué, y yo debí responderle a su vez algo así como “lo siento, no puedo…”. Pero cuando me iba la oí perfectamente como mascullaba de nuevo, esta vez alguna suerte de maldición contra mí. “Vaya tontería” “Como para darle importancia a eso”, pensé, y así me decían las personas que les contaba, cuando después les narraba cómo, extrañamente, al quitarme las gafas de sol para entrar en el Metro, se me habían partido perfectamente por la mitad. Luego la máquina de dentro se tragó mi dinero, y en aquella boca no había personal, con lo que me tocó darme un inmenso paseo por la estación de Plaza de Castilla hasta que al fin, después de un largo tiempo, conseguí entrar. Pocos días después de aquello dejé mi trabajo -por culpa de alguna desavenencia con mi jefe- y al cabo de algún tiempo, a medida que fueron pasando los años y la sensación de que mi suerte había virado drásticamente a peor, no pude sino empezar a acariciar la idea de que aquél desgraciado encuentro pudiera haber tenido algo que ver. Nunca me lo creí del todo, he de decir; sin embargo, de forma también extraña, aquella mujer desapareció de mi calle al poco tiempo sin dejar ni rastro… Con lo que, otro día, se me ocurrió la poco brillante idea de que debía acercarme al Retiro, a las gitanas que hay por allí, y comprarles uno de esos ramos con los que te quitan la mala suerte, o cualquier otra “suerte” de maldición…

Bien, pues, yendo ya al grano: curiosamente, en los días que sucedieron a aquél extraño encuentro en el Metro, volví a ver a la Vagabundo del “Mal Fario” en las inmediaciones de la Estación de Plaza de Castilla. Pero seguramente lo hubiera olvidado todo, si no hubiera sido porque, justo unos días después, caminando de nuevo de ida o de vuelta a mi casa, o a algún sitio, o Dios sabe a qué en realidad,…, un hombre a la puerta de la misma Estación, repartía unas de esas cuartillas, de esas propagandas en forma de tarjetas o papelitos, en las que extrañamente, sólo ponía: “Soluciones Mágicas”, y un número de teléfono y una dirección al envés. (…)