viernes, 3 de agosto de 2007

EL GESTO DE “JAJA”

No sé, tal vez tenga razón alguno, cuando me dice que soy un romántico sin solución, pero la verdad es que no considero que el sinónimo de sensibilidad sea llorar con Titanic, emocionarse y soltar lagrimitas falsas si te regalan una flor o llenarse la boca con frases que contengan la palabra “amor”. No, para mí un gesto de idealismo, y por qué no decirlo, con un punto de romanticismo del de antes (del bueno) es el que tuvo el ciclista francés Laurent Jalabert en la cima de la etapa de Sierra Nevada, Vuelta Ciclista a España del 98.

Dietz a la derecha. Jaja con gafas a la izqda.

Recuerdo aquél día muy bien. A veces en la vida todo el mundo, la gente, las cosas que te rodean, parecen envueltas en una extraña maldad, en una carencia de inocencia, te da la sensación de que todo el mundo parece saber algo que no sabes, y en definitiva el mundo entero parece encantado, como maléfico; amenazador; Son esos días en que miras con escepticismo total y desesperación a la Vida, y sientes que ya no se puede esperar nada más. Que ya no se puede aguardar nada bueno de ella; de ellos, de la gente. Un día como uno de estos que decía, era aquél en el que, en una especie de sopor post-comida, tumbado en el sofá de mi casa, veía desganado el final de la etapa de la Vuelta, tal vez desencantado también porque no ganaba aquél corredor que me gustaba, porque todo parecía predecible, porque al ciclista que se había escapado kilómetros y kilómetros lo iban a coger justo en la llegada, y además lo iba a coger ese maldito caníbal de gabacho que lo llevaba ganando todo, y que casi no dejaba de ganar ni una etapa al resto: François Jalabert, “Jaja”.


Sí, a veces un acontecimiento deportivo, un partido de fútbol, ese resultado de tenis que no acaba como esperabas, una etapa de Tour, puede ser suficiente para amargarte: es la gota que colma el vaso de tu cotidiana desesperación, el grano de arena que viene a derrumbar la duna del hastío. La gota de lluvia que ya cae sobre suelo mojado… Sin embargo, aquél día, sin suceder nada grandioso, sin acontecer una de esas hazañas deportivas que de cuando en vez llenan las portadas de los periódicos, sin embargo si ocurrió, allí, a escaso metros de la llegada de la cima, algo que me hizo abrir los ojos e incorporarme levemente desde mi desganado lecho, para poder ver atentamente lo que estaba sucediendo:


…Un alemán, como antes decía, Bert Dietz, venía escapado de largo trecho atrás. Era uno de esos corredores grises que pueblan el pelotón, de esos que sólo hacen el trabajo sucio a sus líderes, o tal vez sirven sólo para poner otro punto de color en esas imágenes que nos sacan en la tele y le sirven al locutor para decir aquello tan resultón de “la serpiente multicolor”. Bert Dietz era uno de esos obreros anónimos que rara vez, tal vez por casualidad, saltan al primer plano de la actualidad o de las cabeceras de los periódicos. En la vida cotidiana, la real, sería uno de esos tipos cuya única oportunidad de ocupar un primer plano en alguna portada, sería tal vez la de coger una escopeta y disparar a todo dios desde una ventana (cosa que a veces sucede, en los USA sobre todo). Pero al bueno de Dietz, por suerte, ese día sólo se le ocurrió el lanzar un ataque de esos heroicos o desastrosos, de esos que empiezan al principio de la etapa, y que después de discurrir en solitario al través de kilómetros y más kilómetros de puertos asesinos por una etapa de montaña que atraviesa una sierra o una serie de cimas, suelen concluir más o menos cerca de la meta, en una triste captura, cuando los “buenos” de la “general” se lanzan en sus ataques particulares, ya sea por ganar la etapa, o la posición de líder de la clasificación.


…Pero aquél día el ataque de Bert Dietz había llegado bastante más allá, y se había plantado en la ascensión del último puerto, la temible subida a Sierra Nevada, con ciertas posibilidades de llegar el primero. La ascensión de Bert en este puerto fue conmovedora, desesperante, trágica: al hombre se le veía dándolo todo, rompiendo a sudar, incapaz de desplegar una pedalada pelín más ligera, mientras por detrás, como lobos, los “buenos” lanzaban sus ataques frenéticos y veloces; sin comparación con la estampa que ofrecía el pequeño y “torpe” rodador alemán. Para desesperación de los más idealistas, la amplia ventaja en la base del puerto se reducía a pasos agigantados: de los 5 minutos y pico del principio, se pasaba en muy poco tiempo, a cuatro, luego a tres, a dos y medio… ¿Llegaría, no llegaría? Los comentaristas hacían apuestas. De pronto, entre el selecto grupo perseguidor de elegidos, Jalabert, aquél año intratable en la Vuelta, lanzó un ataque demoledor. Quedaban apenas tres kilómetros para meta, y la minutada que había perdido el alemán, había dejado la diferencia en poco más de un minuto. Casi podía ver las vallas, la gente que se apostaba allá arriba, el tinglado de podios y pancartas de la llegada, desde una de las curvas de la empinada cuesta, y sin embargo, un “monstruo” venía por detrás, cruelmente comiéndole a pasos agigantados su ya escaso margen de tiempo… Finalmente Dietz se plantó en solitario al inicio de la larga recta en cuesta que terminaba en la línea de meta. Sin embargo, un instante después, el plano del realizador en tv dejó mostrar la figura de Jalabert, que venía lanzado, aparentemente encima de él, amenazante… se lo comía. En ese instante, muchos telespectadores nos incorporamos, miramos con los ojos como platos, esperando ver consumarse la tragedia. Tal vez aquello ni nos iba ni nos venía, los propios problemas de nuestras vidas estaban demasiado alejados y eran suficientemente importantes, y sin embargo, ver a un hombre que ha estado heroicamente “escapado” por 200 km de la más infernal etapa de montaña, perder la victoria a falta de 100 m de meta, a manos de un ambicioso y acaparador ganador de apetito insaciable, tocaba la moral propia de una forma difícil de explicar.


… Y sin embargo ocurrió: Jaja llegó hasta la altura de Metz cuando apenas quedaban 80 o 100 m; el pobre alemán se volteó y lo debió mirar exhausto, derrotado: casi humillado. Pero Jaja simplemente puso su mano sobre el hombro de Dietz, le dijo algo, e inesperadamente para los miles de espectadores que en ese momento debíamos estar viéndolos, simplemente lo acompañó a lo largo de los 60 m que quedaban, para merecida e increíblemente dejarlo ganar. Tal vez esto no sea ni signifique mucho para algunos. Pero hoy me he acordado de aquello, y me ha ayudado a ver que, de vez en cuando, llega un rayo de luz entre tanta ofuscación alrededor. Estoy seguro de que muchos desde aquél día hemos soñado con poder encontrarnos en aquella situación, y poder hacer lo mismo que Jaja hizo entonces.


«Una vez que inicié el viaje no me planteé la posibilidad de renunciar. Sabía que tenía que llegar y, aunque lo he pasado realmente mal, lo he logrado». B. Dietz, Sierra Nevada, 1995

6 comentarios:

Patricia dijo...

Buena historia... no la habia oido nunca.
Me ha gustado ;)
Besos

Jezabel dijo...

Cosas así te reconcilian con la raza humana. Que pena que yo no haya tenido la oportunidad de ver un acto de ese calibre en mi entorno cercano.

El-Al-Eim dijo...

Gracias, Sonri...

Jez!

...

(al estilo "Cheers")

TheBlackcat79 dijo...

caray...eso si que es ser un gentleman...creo que la palabra le queda corta a tal acto. Espero que esta entrada "ilumine" a más gente...

myss dijo...

vive jaja!!!
jajajaja, de acuerdo con todos los precedentes comentarios, pero a mi me hace falta más para reconciliarme con la especie humana me temo.... saludos!
bueno estoy esperando las barreras mentales, porque lennon no me gusta mucho se le fue la chapa con yoko...

El-Al-Eim dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.