lunes, 10 de marzo de 2008

una historia de kippel (I)

Voy a contar una historia, la historia de “un amigo mío” que, para la ocasión, diremos que se llamaba “Luis”. Aunque desde luego, Luis no era su nombre auténtico.

…Luis nos venía preocupando a los amigos desde hacía un tiempo porque, con una frecuencia cada vez mayor, había venido dejando de frecuentarnos, de quedar con nosotros, apenas incluso de salir a la calle. Un día, inconfundiblemente, llegamos al fin a una determinación sobre él: a Luis le ocurría algo en su casa.

Todo lo que a continuación contaré, lo sé (ahora puedo decirlo) porque Luis, en un esfuerzo ímprobo y final, acertó a escribir y mandarme a mí –tal vez su mejor amigo por aquél entonces- un mail explicándome de forma detallada la espantosa experiencia que le habría de llevar a un no menos espantoso final –que ahora yo adivino- según luego y a posteriori yo mismo he llegado a colegir…

Luis tenía en esa época, me decía al principio del mail, en particular, su escritorio repleto de proyectos empezados y sin acabar… Siempre arrancaba con la misma ilusión: con empuje, con determinación… pero siempre llegaba a un grado en que se bloqueaba y… el proyecto se quedaba ahí. Era, me decía, como tener “un agujero negro constantemente a tu lado, u oculto en un rincón de la cocina”. Y Los proyectos inacabados, (esos remordimientos de conciencia amenazantes), las obligaciones incumplidas tiempo atrás –que se acumulaban la una sobre la otra como objetos depositados al azar-, todo eso, atormentaba a Luis, según me contaba entonces.

…A su casa, también llegaban y llegaban esas notas de aviso urgente, que te dicen que vas a recibir un gran premio llamando a un cierto número, al cuál Pedro llamaba y llamaba y nunca nadie respondía, por lo que las notas se acumulaban sin salida en su escritorio….
Igualmente se acumulaban en parecido lugar, los periódicos de días pasados de fecha,… etc,etc

Todo eso junto, y muchas más cosas que poblaban su cabeza como nubes -algo que le hacía olvidar lo que había vivido, y le hacía recordar un montón de experiencias por las que él nunca había pasado (o ensoñar, más bien)- llegó un día en el que, de alguna forma, implosionó en su cuarto, en su casa entera –en su interior tal vez- (y digo implosionió, porque fue una explosión como hacia dentro, ya que externamente, de una forma significativa, el cambio no se llegó a notar demasiado) de una forma que, como él sólo podría adivinar algún tiempo después, hizo que todo aquél desorden superara un punto de no retorno, por el cuál ya nunca podría volverse del todo a su lugar.

Poco a poco, empezó a sentir cómo su escritorio, su cuarto… y luego paso a paso su casa entera, se iba llenando de un desorden que al principio sólo le asustaba, pero que pronto comprendió que ya no podía controlar. Iba creciendo como por impulso propio, como si el desorden tuviera vida, e iba llenando de cosas descolocadas o simplemente acumuladas una encima de otra, los pocos huecos que quedaban aún vacíos en su mesa, las hasta entonces semiordenadas estanterías, incluso el suelo, las sillas… en pilas de libros, de objetos intercalados, de periódicos pasados de fecha… algo que simplemente ya no podía soportar.

Pero lo que más aterrorizaba a Luis era otra circunstancia en realidad: la sensación de que ese desorden incontrolable, ese kippel, ese maremagno de bultos y objetos deslabazados, había llegado no ya a las puertas de su entorno, de su hábitat fisico, de su medio de subsistencia, sino que se había instalado también en su mente, dentro de su propia vida, en el mismísimo interior de –si es que eso era posible- su propia cabeza…

Tuvo la sensación de que los conceptos que había aprendido a lo largo de su vida, los libros leídos, las enseñanzas, la información de los medios, prensa, tv… todo eso se descolocaba y trastocaba en su cabeza, crecía y crecía con él en el medio… en algún momento algo se había torcido en su proceso natural, y él ya no era capaz de poder, al mismo tiempo, recolocarlo, y además atender a todo lo otro que simultáneamente derivaba hacia el olvido o el alejamiento imparable y eterno….
Y ordenar los recuerdos era algo que, en particular, le obsesionaba.

Se preguntó si en algún momento, en su propia mesa, en su cuarto (en su cabeza) se había producido un big bang (sin él darse cuenta) y ahora todo tendía hacia un alejamiento progresivo de los objetos entre sí.

Vasos usados de café apilados… guías urbanas usadas tiempo atrás, una cinta de carrocero, un libro que ni si quiera había leído…, lapiceros y bolígrafos cuya posición por la mesa no podía controlar ni determinar… El Principio de Indeterminación de Heisenberg, transmutado, reinaba en su mesa: no era posible determinar, de un objeto, su posición y su identidad al mismo tiempo que su velocidad de desintegración y abandono…

Recordaba vagamente las cosas que había apuntado como importantes para hacer en algún papel, y ahora intentaba recordar dónde estaba el papel en donde había apuntado cuáles eran los papeles que tenía que encontrar, en los cuáles había apuntado las cosas importantes a hacer… Y luego estaban las obligaciones cotidianas: el despertarse le sorprendía tarde, el desayuno le cogía a trashora, con todos los cacharros del día anterior (de los días anteriores) sucios y descolocados sobre el mostrador de la cocina y la mesa… las obligaciones diarias (que ya había abandonado) le cogían por sorpresa, pensaba que si salía a la calle a cumplirlas, al volver el desorden sería todavía peor… Luego, por las noches, siempre le sorprendía la hora demasiado avanzada para cenar, y para acostarse en condiciones de levantarse al día siguiente, y aunque siempre se decía que habría de hacer un esfuerzo, un esfuerzo para adelantar el horario de toda su vida, y moverlo hacia atrás de tal manera que fuera posible cogerlo todo un poco antes (aunque sólo fuera media hora) y que le diera tiempo a cumplir con todas las cosas… la verdad es que nunca era capaz. Siempre le llegaba la una de la noche, y no encontraba la manera de buscar el camino hacia la cama. Para él, según pensó un día, era como si el embrague, el engranaje del tiempo, hubiera patinado, se hubiera desencajado en un momento dado, y ya todo después se encontrase trastocado y desplazado del momento y lugar que debería corresponderle en realidad…

una hª de kippel II. El principio de indeterminación de Heisenberg

Era como si todo fuera un proceso, un procedimiento en el que en realidad, en lugar de que todo funcionase de una forma regular y cotidiana, cada día igual y a la misma velocidad, las cosas y acontecimientos se iban precipitando con una aceleración, un incremento de la velocidad lento pero constante, que lo fuera precipitando todo, de una forma implacable, hacia un final, hacia una conclusión (final que sin embargo no acababa de llegar nunca…)

Pues bien. Todo el mundo quiere el final de una historia, sin embargo. Si yo dejara aquí esta historia, si la abandonara a su suerte sin contar nada más sobre Luis, sobre qué le pasó al final, sobre en qué derivó su abrumada vida... a parte de que no gustaría a nadie, pues todo el mundo que lee o escucha una historia siempre quiere o necesita conocer el final de la misma, a parte de eso, digo, sucedería con ella que igualmente derivaría hacia un desorden general, hacia la nada, la intrascendencia, quedaría desatada, inconclusa, incompleta, sin sentido… y eso no lo podemos permitir. Así pues, inventaremos un final, una conclusión para esta historia del kippel, que la cierre, y de paso la haga admisible como leyenda urbana:

El desorden, el kippel, como contaba, había pues arrinconado, abrumado a Luis, hasta dejarlo en un estado cercano a la postración total. Pues como venía diciendo, esa lucha constante contra el crecimiento del desorden y lo inútil e inservible a su alrededor, lo iba venciendo cada día, le hacía estar, al contrario de lo que él desease, más retrasado en sus quehaceres, más abrumado por todo que era nada, y sobretodo, más mortalmente cansado cada vez, pues la lucha contra el kippel lo fatigaba de un forma progresiva y difícil de definir: ya que esa lucha en realidad no era física, no suponía por su parte hacer un gran esfuerzo físico, sino que más bien era mental –el kippel, como ya dije, había alcanzado su mente- y aunque apenas podía hacer nada en todo el día de tipo material, sólo el plantearse cómo había empeorado todo desde el día anterior, por dónde habría de empezar, qué cosa urgente habría que atacar primero, en qué forma se le escapaban las horas, pensar en todo eso como digo lo fatigaba hasta límites insospechados. Era pues, una fatiga emocional. (Incluso un día había experimentado cómo, en un momento de inspiración por su parte, en que se había arrancado y había conseguido ordenar (volver momentáneamente a un estado de equilibrio) una parte considerable del salón pudo comprobar con respecto a sí mismo que, pese a haberse pasado horas y horas –incluso de la noche- trabajando y ordenando sin parar, no se encontraba apenas cansado, o al menos mucho menos que en un día normal).

Pero sin embargo, como decía, por lo general el desorden y el kippel lo venían venciendo, y así Luis se encontró un día, que se hallaba casi por completo postrado, tumbado en su cama ya a altas horas de la mañana (cama que había llevado a su propio cuarto, por ver si así podría, estando más cerca, ejercer su titánica tarea de forma más efectiva –esto de ser efectivo curiosamente le obsesionaba-) incapaz de levantarse por otro día más y volver a su torpe porfiar cotidiano. Aquél día Luis pudo levantarse al fin, y moverse hasta la silla de su escritorio. Y en aquella ocasión –como en otras antes, pero no tanto- estuvo quieto tanto tiempo en su silla, intentando observar todo lo que se le avecinaba en cuanto a cosas que hacer, dispuestas sobre su escritorio o en la memoria de su caótico ordenador… estuvo quieto tanto tiempo –como digo- mitad postrado de lo abrumado y cansado, mitad intentando organizarlo todo mentalmente… que al cabo de muchas, muchas horas, pudo observar algo curioso. Sin comer, sin dormir en todo el día, -penetrando en un estado de la conciencia cercano al de la alucinación, es cierto-, comenzó a percibir, a intervalos muy largos de tiempo, cómo todas aquellas cosas desordenadas, aquellos objetos inútiles, cartas sin abrir, libros pendientes de leer (o al menos algunos de ellos) …se estaban moviendo, de una forma… muy muy lenta. Se intentó fijar un poco más, y pudo observar –o creyó poder hacerlo- cómo unas patitas muy muy finas, y muy pequeñas se movían en la base de los objetos, papeles, y conceptos (cuando leía esta parte en el póstumo mail de Angel, no pude sino estremecerme), una especie de finísimos filamentos, que los hacían desplazarse y derivar, a una velocidad incalculablemente lenta. Los objetos, o bien tenían patas propias que los movían y los hacían desordenarse, descolocarse, captar polvo, todo por sí mismos –concluía hacia sí mismo Luis- …o bien estaban habitados, tenían vida propia, o más bien los habitaban unos diminutos –y muy lentos, y maliciosos- seres, invisibles a los humanos –casi- y definitivamente enfrentados a ellos, que los hacían descolocarse, vagar, ponerse por el medio... tender al caos. Luis, por algún tiempo, sintió que había llegado al fin, y después de un penoso y largo camino de sufrimiento, a un gran descubrimiento científico al fin… ¿podría comunicárselo al mundo? Es por ello que en un esfuerzo final, me escribió este mail a mí. Sin embargo… en sus últimas líneas, comenzaba a narrarme –sin llegar a acabarlo nunca- cómo empezó a descubrir como, después de mucho tiempo sin apenas poder moverse, cercado por los objetos y los recuerdos de obligaciones pasadas, de la publicidad que seguía introduciendo el cartero por el buzón, después de tanto tiempo comportándose como un objeto al fin, …, descubrió los pequeños seres de filamentos, surgiendo de sus mismas ropas, de su misma piel…. y de ahí yo ya hube de imaginarme el final.

“Cuando se está en el borde de lo puro y auténtico, cualquier mínima pérdida, olvido o lapsus, significa una tragedia de gigantescas proporciones”
Era el tipo de proceso en el cuál, silo observas en un punto intermedio, y no cogiéndolo desde el principio, resulta imposible llegar a comprenderlo.

jueves, 6 de marzo de 2008

tienes qué hacer algo peor el domingo? yo tampoco

CARTA APÓCRIFA ENCONTRADA, EN RESPUESTA A UNO DE LOS MAILS ELECTORALISTAS DEL TIPO "PÁSALO"

Anda, díle de mi parte al "cervantes" que ha escrito este panfleto, que gracias pero que ya he visto suficientes pelis hoy. Una de ellas del Oeste, para ser precisos.

Por cierto, que el nota se hace pasar por jovencito, pero no baja de los 50, que te lo digo yo, y por bien cierto tengo tb que ficha a diario en Ferraz. Vamos, que sólo le ha faltado poner "mañana, ve a votar al PSOE, que "mola mazo", colega".

Será posible, añado, que nadie, de tan buen rollo y tanto colegueo, me mande ningún mail a lo largo de estos días diciéndome qué es lo que tengo que hacer el día 9, y de paso qué es lo que me conviene a mí y al país entero? Podré discernir yo solito, entre el PP, el PSOE, el partido de las madres unidas o los regionalistas de mi pueblo? Y sobretodo, y lo que es más importante, por qué si son tan listos no pueden decirme -ya puestos- que signo le pongo al Levante-Osasuna, y así de paso a lo peor me llevo una de 15?

Anda, y de paso se lo digo a todos los "mailero-panfleteros" que me llenan el buzón de consignas estos días, os pido por favor que no me recoméndeis qué es lo mejor para mí y de paso qué es lo que debo hacer, que por suerte en mi casa ya hace unos años que me enseñaron a tomar mis propias decisiones, como para que me venga un nota camuflado que ni firma y ni conozco (y ruego al altísimo que no lo llegue a conocer nunca, o no respondo de mí), que dice velar por el interés común -engañando a los incautos, cdo en realidad sólo está velando por su interés y el de su partido, y el del carguito bien pagado que le darán si todo sale bien- a decirme qué, cuando y como debo hacer lo que me conviene y lo que es "guay" . Así que, si mañana quiero ir a votar al PP, como si quiero ir a votar a IU o al PSD (partido social demócrata para más señas) o a la madre que lo parió, como si no quiero votar a ninguno y me quiero quedar en mi puta casa -que va a ser lo que voy a hacer- que no me vengan a tocar los huevos por anticipado, podrá ser?

Y todo esto sin entrar en el contenido del "texto" (creo que llamarlo así es un insulto a la palabra texto), porque es que si entro ya.. me subo por las paredes.

Podrás transmitirle este mensaje al anterior en la cadena que te lo envió (para que aí tal vez acabe por llegarle al "autor")?
Se lo dirás? seguro que sí, guapa.

gracias

PD: Por cierto, si ese tío del mail es tan colega mío y mira tanto por mí, me dejará dinero si se lo pido?