El otro día me encontré a un amigo. Inesperadamente lo ví por la calle, saliendo de un bar, e iba dando tumbos. Le dije, le pregunté, que cuanto tiempo… que a dónde iba, que qué hacía. Enseguida noté que había bebido, era por la tarde pero debía llevar bebiendo ya bastante…
Me dijo: que se acordaba de cosas, de cosas de su pasado; que acababa de recordar, justo hacía un momento, a un viejo perro suyo que tuvo hacía mucho tiempo. Me dijo que se acordaba de cosas que había hecho en el pasado. Se había hecho viejo, muy viejo, mi amigo, me dijo que se había hecho viejo sin saber muy bien cómo, y, pese a que yo soy joven, y éramos de la misma edad, ahora mi amigo parecía un hombre maduro, al borde de entrar en la vejez, pero aún fuera de ella. Mi amigo tenía ya cabellos blancos, y los ojos borrosos, y había arrugas en su cara. Sus ojos era especialmente pequeños, como de haber pasado mucho tiempo guiñando, tal vez como los recordaba, pero mucho más cansados…
Mi amigo me dijo que debía seguir. Mi amigo me preguntó que cómo estaba, sin ningún interés por saber como estaba yo. “No, cómo estás tú”, le dije, y “vamos a algún sitio”. Me dijo que llevaba toda la tarde viendo botellas en los viejos bares de antes, botellas de vermut con sus cuellos altos, botellas de coñac, botellas de alcohol, botellas, todo botellas, contra el contraluz de los espejos de los fondos de barra. Mi amigo me dijo que todos le habían dejado, que después de mucho tiempo nadie se acordaba de nadie, pero que él, aquella tarde, se acordaba mucho de todo, y de todos.
En la acera de la avenida había un coche mal aparcado, medio subido a la misma por encima del carril de tráfico, y era un coche viejo, un viejo Ford como de otro tiempo, y era el coche de mi amigo. Yo le dije que no podía conducir así, que yo le llevaría a algún sitio, que me dejara y nos iríamos a tomar otra a otro lugar. Y él me dijo que llevaba toda la tarde conduciendo, acordándose de lo del pasado, de su mujer que le dejó, y que en sus recuerdos era aún joven (aunque yo no sabía que mi amigo hubiera estado nunca casado), y que se había puesto las viejas canciones de antes en la radio, e incluso luego en la máquina del bar. Y que se había sentado en las barras, y que había mirado a través de ellas, y se había visto allí a lo lejos reflejado en el fondo, en los espejos del fondo de las barras de bar, como en una vieja y borrosa película en blanco y negro, en la que en realidad él perteneciera a otro tiempo, y tal vez a otro lugar.
…Mi amigo me dijo que había visto imágenes aparecer al través de su vaso de güisky. A su viejo perro Luka, que le fue siempre fiel pues murió sin abandonarlo. Y por eso lo recordaba mucho. Mi viejo amigo. Me decía que veía al perro con su lengua fuera, y sus ojos brillantes y su collar, mirándole a él a su vez. Desde el fondo de su vaso de güisky.
…Que se ponía aquellas viejas canciones, porque le hacían sentir como si estuviera en una película de hace ya mucho tiempo. Ya viejo y nostálgico, pero siempre dentro de una película que se estuviera pasando, y que, realmente, él no pudiera controlar. Y que así le dolía menos. Que pensar que él, en ningún caso, hubiera podido cambiar las cosas a cómo habían venido a ser, eso le dolía menos.
“He perdido a todos mis amigos… y a ti ni siquiera te recuerdo”, me dijo muy serio, mi amigo. “Recuerdo que fui piloto” “que pilotaba un caza, cuando era joven, hace un momento me he visto, como entonces, en la cabina, con mi casco…” y mi amigo no supo seguir, pues los efectos de la borrachera le hacían divagar. …Se acordaba incluso de cosas que no había vivido, y… después, me dijo que había estado sentado durante mucho rato en una barra, y allá enfrente suyo había otra mujer como él bebiendo; una mujer de la misma edad que en ese momento aparentaba mi amigo… Y se habían mirado, pero… ninguno se había atrevido a hablar. Y luego él se había levantado, y se había ido. A otro bar.
…El otro día, me encontré a mi amigo, e iba caminando por la línea continua del centro de la avenida. Mi amigo me dijo que ya no podía soportar el mismo paso de los minutos, y la avalancha de recuerdos que le traían. Y que por eso bebía. Y que beber le hacía recordar aún más todo, y convertía todo eso en algo más extraño y diferente aún, y que pese a todo eso, la sensación no era del todo desagradable. Me dijo que acababa de cruzar un río, y no le entendí, pero luego ví que un camión cisterna regaba la calle un poco más allá…
Y cuando montó en su coche para ir a otro lugar, luego iba dando cabezadas al volante, y supuse que veía borroso. Y paró el coche en cualquier sitio, y se bajó, dejando el coche abierto, encaminándose a un último bar…
Y me enseñó una foto que llevaba aún de su mujer en la cartera, como las que llevaban antes en las películas los pilotos de guerra… Y mi amigo me dijo entonces, que se sentía traicionado, pero que no sabía decir por qué. Y me dijo que se sentía injustamente tratado, pero que no sabía decir por qué. Entonces me miró y me dijo: “sí te recuerdo de aquella noche, de aquella cena; aquella cena que fue el principio del fin…”; “y tú, y todos, os marchasteis de allí entonces… y ya no volvisteis…”
Y me dijo que los días se habían precipitado, que habían transcurrido, y que él… no los había podido parar…
Y cuando nos despedimos, y él caminaba, y se fue, yo no pude detenerlo. Tuve la sensación de impotencia, de en realidad no poder hacer nada, de estar como en una película, en la que yo no podía decidir por mí… Es más, cuando ví alejarse a mi amigo tambaleante, caminando hacia su coche abierto y mal aparcado, tuve la impresión de ni siquiera estar allí… De no haber estado en realidad, de sólo ver una escena de una película que se estuviera pasando, y que yo sólo pudiera observar…
El otro día, que encontré a mi amigo, miré al través de la barra, a los espejos que están en el fondo,…, y no me pareció ver sino cómo estaba yo sólo allí…
Me dijo: que se acordaba de cosas, de cosas de su pasado; que acababa de recordar, justo hacía un momento, a un viejo perro suyo que tuvo hacía mucho tiempo. Me dijo que se acordaba de cosas que había hecho en el pasado. Se había hecho viejo, muy viejo, mi amigo, me dijo que se había hecho viejo sin saber muy bien cómo, y, pese a que yo soy joven, y éramos de la misma edad, ahora mi amigo parecía un hombre maduro, al borde de entrar en la vejez, pero aún fuera de ella. Mi amigo tenía ya cabellos blancos, y los ojos borrosos, y había arrugas en su cara. Sus ojos era especialmente pequeños, como de haber pasado mucho tiempo guiñando, tal vez como los recordaba, pero mucho más cansados…
Mi amigo me dijo que debía seguir. Mi amigo me preguntó que cómo estaba, sin ningún interés por saber como estaba yo. “No, cómo estás tú”, le dije, y “vamos a algún sitio”. Me dijo que llevaba toda la tarde viendo botellas en los viejos bares de antes, botellas de vermut con sus cuellos altos, botellas de coñac, botellas de alcohol, botellas, todo botellas, contra el contraluz de los espejos de los fondos de barra. Mi amigo me dijo que todos le habían dejado, que después de mucho tiempo nadie se acordaba de nadie, pero que él, aquella tarde, se acordaba mucho de todo, y de todos.
En la acera de la avenida había un coche mal aparcado, medio subido a la misma por encima del carril de tráfico, y era un coche viejo, un viejo Ford como de otro tiempo, y era el coche de mi amigo. Yo le dije que no podía conducir así, que yo le llevaría a algún sitio, que me dejara y nos iríamos a tomar otra a otro lugar. Y él me dijo que llevaba toda la tarde conduciendo, acordándose de lo del pasado, de su mujer que le dejó, y que en sus recuerdos era aún joven (aunque yo no sabía que mi amigo hubiera estado nunca casado), y que se había puesto las viejas canciones de antes en la radio, e incluso luego en la máquina del bar. Y que se había sentado en las barras, y que había mirado a través de ellas, y se había visto allí a lo lejos reflejado en el fondo, en los espejos del fondo de las barras de bar, como en una vieja y borrosa película en blanco y negro, en la que en realidad él perteneciera a otro tiempo, y tal vez a otro lugar.
…Mi amigo me dijo que había visto imágenes aparecer al través de su vaso de güisky. A su viejo perro Luka, que le fue siempre fiel pues murió sin abandonarlo. Y por eso lo recordaba mucho. Mi viejo amigo. Me decía que veía al perro con su lengua fuera, y sus ojos brillantes y su collar, mirándole a él a su vez. Desde el fondo de su vaso de güisky.
…Que se ponía aquellas viejas canciones, porque le hacían sentir como si estuviera en una película de hace ya mucho tiempo. Ya viejo y nostálgico, pero siempre dentro de una película que se estuviera pasando, y que, realmente, él no pudiera controlar. Y que así le dolía menos. Que pensar que él, en ningún caso, hubiera podido cambiar las cosas a cómo habían venido a ser, eso le dolía menos.
“He perdido a todos mis amigos… y a ti ni siquiera te recuerdo”, me dijo muy serio, mi amigo. “Recuerdo que fui piloto” “que pilotaba un caza, cuando era joven, hace un momento me he visto, como entonces, en la cabina, con mi casco…” y mi amigo no supo seguir, pues los efectos de la borrachera le hacían divagar. …Se acordaba incluso de cosas que no había vivido, y… después, me dijo que había estado sentado durante mucho rato en una barra, y allá enfrente suyo había otra mujer como él bebiendo; una mujer de la misma edad que en ese momento aparentaba mi amigo… Y se habían mirado, pero… ninguno se había atrevido a hablar. Y luego él se había levantado, y se había ido. A otro bar.
…El otro día, me encontré a mi amigo, e iba caminando por la línea continua del centro de la avenida. Mi amigo me dijo que ya no podía soportar el mismo paso de los minutos, y la avalancha de recuerdos que le traían. Y que por eso bebía. Y que beber le hacía recordar aún más todo, y convertía todo eso en algo más extraño y diferente aún, y que pese a todo eso, la sensación no era del todo desagradable. Me dijo que acababa de cruzar un río, y no le entendí, pero luego ví que un camión cisterna regaba la calle un poco más allá…
Y cuando montó en su coche para ir a otro lugar, luego iba dando cabezadas al volante, y supuse que veía borroso. Y paró el coche en cualquier sitio, y se bajó, dejando el coche abierto, encaminándose a un último bar…
Y me enseñó una foto que llevaba aún de su mujer en la cartera, como las que llevaban antes en las películas los pilotos de guerra… Y mi amigo me dijo entonces, que se sentía traicionado, pero que no sabía decir por qué. Y me dijo que se sentía injustamente tratado, pero que no sabía decir por qué. Entonces me miró y me dijo: “sí te recuerdo de aquella noche, de aquella cena; aquella cena que fue el principio del fin…”; “y tú, y todos, os marchasteis de allí entonces… y ya no volvisteis…”
Y me dijo que los días se habían precipitado, que habían transcurrido, y que él… no los había podido parar…
Y cuando nos despedimos, y él caminaba, y se fue, yo no pude detenerlo. Tuve la sensación de impotencia, de en realidad no poder hacer nada, de estar como en una película, en la que yo no podía decidir por mí… Es más, cuando ví alejarse a mi amigo tambaleante, caminando hacia su coche abierto y mal aparcado, tuve la impresión de ni siquiera estar allí… De no haber estado en realidad, de sólo ver una escena de una película que se estuviera pasando, y que yo sólo pudiera observar…
El otro día, que encontré a mi amigo, miré al través de la barra, a los espejos que están en el fondo,…, y no me pareció ver sino cómo estaba yo sólo allí…
Banda sonora: http://youtube.com/watch?v=ibE7IqEjni4
3 comentarios:
Me ha gustado mucho, sobretodo esta parte, porque conozco esa sensación:
"Y me dijo que los días se habían precipitado, que habían transcurrido, y que él… no los había podido parar…"
Por cierto, buena banda sonora :)
Increíble. Tanto tu escirto como la música.
Un saludo.
Muy buen relato y la canción genial.
Saludos.
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