Era como si todo fuera un proceso, un procedimiento en el que en realidad, en lugar de que todo funcionase de una forma regular y cotidiana, cada día igual y a la misma velocidad, las cosas y acontecimientos se iban precipitando con una aceleración, un incremento de la velocidad lento pero constante, que lo fuera precipitando todo, de una forma implacable, hacia un final, hacia una conclusión (final que sin embargo no acababa de llegar nunca…)
Pues bien. Todo el mundo quiere el final de una historia, sin embargo. Si yo dejara aquí esta historia, si la abandonara a su suerte sin contar nada más sobre Luis, sobre qué le pasó al final, sobre en qué derivó su abrumada vida... a parte de que no gustaría a nadie, pues todo el mundo que lee o escucha una historia siempre quiere o necesita conocer el final de la misma, a parte de eso, digo, sucedería con ella que igualmente derivaría hacia un desorden general, hacia la nada, la intrascendencia, quedaría desatada, inconclusa, incompleta, sin sentido… y eso no lo podemos permitir. Así pues, inventaremos un final, una conclusión para esta historia del kippel, que la cierre, y de paso la haga admisible como leyenda urbana:
El desorden, el kippel, como contaba, había pues arrinconado, abrumado a Luis, hasta dejarlo en un estado cercano a la postración total. Pues como venía diciendo, esa lucha constante contra el crecimiento del desorden y lo inútil e inservible a su alrededor, lo iba venciendo cada día, le hacía estar, al contrario de lo que él desease, más retrasado en sus quehaceres, más abrumado por todo que era nada, y sobretodo, más mortalmente cansado cada vez, pues la lucha contra el kippel lo fatigaba de un forma progresiva y difícil de definir: ya que esa lucha en realidad no era física, no suponía por su parte hacer un gran esfuerzo físico, sino que más bien era mental –el kippel, como ya dije, había alcanzado su mente- y aunque apenas podía hacer nada en todo el día de tipo material, sólo el plantearse cómo había empeorado todo desde el día anterior, por dónde habría de empezar, qué cosa urgente habría que atacar primero, en qué forma se le escapaban las horas, pensar en todo eso como digo lo fatigaba hasta límites insospechados. Era pues, una fatiga emocional. (Incluso un día había experimentado cómo, en un momento de inspiración por su parte, en que se había arrancado y había conseguido ordenar (volver momentáneamente a un estado de equilibrio) una parte considerable del salón pudo comprobar con respecto a sí mismo que, pese a haberse pasado horas y horas –incluso de la noche- trabajando y ordenando sin parar, no se encontraba apenas cansado, o al menos mucho menos que en un día normal).
Pero sin embargo, como decía, por lo general el desorden y el kippel lo venían venciendo, y así Luis se encontró un día, que se hallaba casi por completo postrado, tumbado en su cama ya a altas horas de la mañana (cama que había llevado a su propio cuarto, por ver si así podría, estando más cerca, ejercer su titánica tarea de forma más efectiva –esto de ser efectivo curiosamente le obsesionaba-) incapaz de levantarse por otro día más y volver a su torpe porfiar cotidiano. Aquél día Luis pudo levantarse al fin, y moverse hasta la silla de su escritorio. Y en aquella ocasión –como en otras antes, pero no tanto- estuvo quieto tanto tiempo en su silla, intentando observar todo lo que se le avecinaba en cuanto a cosas que hacer, dispuestas sobre su escritorio o en la memoria de su caótico ordenador… estuvo quieto tanto tiempo –como digo- mitad postrado de lo abrumado y cansado, mitad intentando organizarlo todo mentalmente… que al cabo de muchas, muchas horas, pudo observar algo curioso. Sin comer, sin dormir en todo el día, -penetrando en un estado de la conciencia cercano al de la alucinación, es cierto-, comenzó a percibir, a intervalos muy largos de tiempo, cómo todas aquellas cosas desordenadas, aquellos objetos inútiles, cartas sin abrir, libros pendientes de leer (o al menos algunos de ellos) …se estaban moviendo, de una forma… muy muy lenta. Se intentó fijar un poco más, y pudo observar –o creyó poder hacerlo- cómo unas patitas muy muy finas, y muy pequeñas se movían en la base de los objetos, papeles, y conceptos (cuando leía esta parte en el póstumo mail de Angel, no pude sino estremecerme), una especie de finísimos filamentos, que los hacían desplazarse y derivar, a una velocidad incalculablemente lenta. Los objetos, o bien tenían patas propias que los movían y los hacían desordenarse, descolocarse, captar polvo, todo por sí mismos –concluía hacia sí mismo Luis- …o bien estaban habitados, tenían vida propia, o más bien los habitaban unos diminutos –y muy lentos, y maliciosos- seres, invisibles a los humanos –casi- y definitivamente enfrentados a ellos, que los hacían descolocarse, vagar, ponerse por el medio... tender al caos. Luis, por algún tiempo, sintió que había llegado al fin, y después de un penoso y largo camino de sufrimiento, a un gran descubrimiento científico al fin… ¿podría comunicárselo al mundo? Es por ello que en un esfuerzo final, me escribió este mail a mí. Sin embargo… en sus últimas líneas, comenzaba a narrarme –sin llegar a acabarlo nunca- cómo empezó a descubrir como, después de mucho tiempo sin apenas poder moverse, cercado por los objetos y los recuerdos de obligaciones pasadas, de la publicidad que seguía introduciendo el cartero por el buzón, después de tanto tiempo comportándose como un objeto al fin, …, descubrió los pequeños seres de filamentos, surgiendo de sus mismas ropas, de su misma piel…. y de ahí yo ya hube de imaginarme el final.
“Cuando se está en el borde de lo puro y auténtico, cualquier mínima pérdida, olvido o lapsus, significa una tragedia de gigantescas proporciones”
Era el tipo de proceso en el cuál, silo observas en un punto intermedio, y no cogiéndolo desde el principio, resulta imposible llegar a comprenderlo.
Pues bien. Todo el mundo quiere el final de una historia, sin embargo. Si yo dejara aquí esta historia, si la abandonara a su suerte sin contar nada más sobre Luis, sobre qué le pasó al final, sobre en qué derivó su abrumada vida... a parte de que no gustaría a nadie, pues todo el mundo que lee o escucha una historia siempre quiere o necesita conocer el final de la misma, a parte de eso, digo, sucedería con ella que igualmente derivaría hacia un desorden general, hacia la nada, la intrascendencia, quedaría desatada, inconclusa, incompleta, sin sentido… y eso no lo podemos permitir. Así pues, inventaremos un final, una conclusión para esta historia del kippel, que la cierre, y de paso la haga admisible como leyenda urbana:
El desorden, el kippel, como contaba, había pues arrinconado, abrumado a Luis, hasta dejarlo en un estado cercano a la postración total. Pues como venía diciendo, esa lucha constante contra el crecimiento del desorden y lo inútil e inservible a su alrededor, lo iba venciendo cada día, le hacía estar, al contrario de lo que él desease, más retrasado en sus quehaceres, más abrumado por todo que era nada, y sobretodo, más mortalmente cansado cada vez, pues la lucha contra el kippel lo fatigaba de un forma progresiva y difícil de definir: ya que esa lucha en realidad no era física, no suponía por su parte hacer un gran esfuerzo físico, sino que más bien era mental –el kippel, como ya dije, había alcanzado su mente- y aunque apenas podía hacer nada en todo el día de tipo material, sólo el plantearse cómo había empeorado todo desde el día anterior, por dónde habría de empezar, qué cosa urgente habría que atacar primero, en qué forma se le escapaban las horas, pensar en todo eso como digo lo fatigaba hasta límites insospechados. Era pues, una fatiga emocional. (Incluso un día había experimentado cómo, en un momento de inspiración por su parte, en que se había arrancado y había conseguido ordenar (volver momentáneamente a un estado de equilibrio) una parte considerable del salón pudo comprobar con respecto a sí mismo que, pese a haberse pasado horas y horas –incluso de la noche- trabajando y ordenando sin parar, no se encontraba apenas cansado, o al menos mucho menos que en un día normal).
Pero sin embargo, como decía, por lo general el desorden y el kippel lo venían venciendo, y así Luis se encontró un día, que se hallaba casi por completo postrado, tumbado en su cama ya a altas horas de la mañana (cama que había llevado a su propio cuarto, por ver si así podría, estando más cerca, ejercer su titánica tarea de forma más efectiva –esto de ser efectivo curiosamente le obsesionaba-) incapaz de levantarse por otro día más y volver a su torpe porfiar cotidiano. Aquél día Luis pudo levantarse al fin, y moverse hasta la silla de su escritorio. Y en aquella ocasión –como en otras antes, pero no tanto- estuvo quieto tanto tiempo en su silla, intentando observar todo lo que se le avecinaba en cuanto a cosas que hacer, dispuestas sobre su escritorio o en la memoria de su caótico ordenador… estuvo quieto tanto tiempo –como digo- mitad postrado de lo abrumado y cansado, mitad intentando organizarlo todo mentalmente… que al cabo de muchas, muchas horas, pudo observar algo curioso. Sin comer, sin dormir en todo el día, -penetrando en un estado de la conciencia cercano al de la alucinación, es cierto-, comenzó a percibir, a intervalos muy largos de tiempo, cómo todas aquellas cosas desordenadas, aquellos objetos inútiles, cartas sin abrir, libros pendientes de leer (o al menos algunos de ellos) …se estaban moviendo, de una forma… muy muy lenta. Se intentó fijar un poco más, y pudo observar –o creyó poder hacerlo- cómo unas patitas muy muy finas, y muy pequeñas se movían en la base de los objetos, papeles, y conceptos (cuando leía esta parte en el póstumo mail de Angel, no pude sino estremecerme), una especie de finísimos filamentos, que los hacían desplazarse y derivar, a una velocidad incalculablemente lenta. Los objetos, o bien tenían patas propias que los movían y los hacían desordenarse, descolocarse, captar polvo, todo por sí mismos –concluía hacia sí mismo Luis- …o bien estaban habitados, tenían vida propia, o más bien los habitaban unos diminutos –y muy lentos, y maliciosos- seres, invisibles a los humanos –casi- y definitivamente enfrentados a ellos, que los hacían descolocarse, vagar, ponerse por el medio... tender al caos. Luis, por algún tiempo, sintió que había llegado al fin, y después de un penoso y largo camino de sufrimiento, a un gran descubrimiento científico al fin… ¿podría comunicárselo al mundo? Es por ello que en un esfuerzo final, me escribió este mail a mí. Sin embargo… en sus últimas líneas, comenzaba a narrarme –sin llegar a acabarlo nunca- cómo empezó a descubrir como, después de mucho tiempo sin apenas poder moverse, cercado por los objetos y los recuerdos de obligaciones pasadas, de la publicidad que seguía introduciendo el cartero por el buzón, después de tanto tiempo comportándose como un objeto al fin, …, descubrió los pequeños seres de filamentos, surgiendo de sus mismas ropas, de su misma piel…. y de ahí yo ya hube de imaginarme el final.
“Cuando se está en el borde de lo puro y auténtico, cualquier mínima pérdida, olvido o lapsus, significa una tragedia de gigantescas proporciones”
Era el tipo de proceso en el cuál, silo observas en un punto intermedio, y no cogiéndolo desde el principio, resulta imposible llegar a comprenderlo.
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