
Pues bien: lo hay. O lo hubo, más bien. Las leyes de las probabilidades, es cierto, así parecen indicarlo, que ocurra si se piensa sobre ello (no es tan gran mérito); pero, si se piensa un poco más también, no se nos escapará el que por las mismas leyes de las probabilidades también, el que una persona, disponiendo de todo el tiempo que necesitase para ello, así como de mapas y planos de carreteras, de los letreros indicadores que la DGT sitúa junto a carreteras y calles y autopistas, o ante las glorietas y sobre los nudos y bajo los puentes, así como de un número determinado de gente o lugareños de los distintos lugares por los que circulase para preguntarles en cada punto sobre la dirección adecuada a tomar o la ruta correcta a seguir, pese a lo mucho que se equivocase, todos los intentos fallidos, las entradas y salidas equivocadas y las vueltas y las idas y los trayectos en un sentido que no fuese el adecuado (...), al cabo, por muchos que hubieran sido los hierros, al cabo digo de un largo tiempo, por una ley básica del acierto-error, acabaría, a la fuerza, por venir a llegar al lugar (de destino). Bien, pues como les decía al principio, el caso del hombre que, pese a disponer de todo el tiempo y alternativas del mundo, nunca llegó al lugar, existe. Y sé que existe porque recientemente me han contado su historia (por el momento, no desvelaré la fuente), y es la misma que en este preciso instante os paso a contar:
LA HISTORIA DEL HOMBRE QUE NUNCA LLEGÓ AL LUGAR
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