Voy a contar una historia, la historia de “un amigo mío” que, para la ocasión, diremos que se llamaba “Luis”. Aunque desde luego, Luis no era su nombre auténtico.
…Luis nos venía preocupando a los amigos desde hacía un tiempo porque, con una frecuencia cada vez mayor, había venido dejando de frecuentarnos, de quedar con nosotros, apenas incluso de salir a la calle. Un día, inconfundiblemente, llegamos al fin a una determinación sobre él: a Luis le ocurría algo en su casa.
Todo lo que a continuación contaré, lo sé (ahora puedo decirlo) porque Luis, en un esfuerzo ímprobo y final, acertó a escribir y mandarme a mí –tal vez su mejor amigo por aquél entonces- un mail explicándome de forma detallada la espantosa experiencia que le habría de llevar a un no menos espantoso final –que ahora yo adivino- según luego y a posteriori yo mismo he llegado a colegir…
Luis tenía en esa época, me decía al principio del mail, en particular, su escritorio repleto de proyectos empezados y sin acabar… Siempre arrancaba con la misma ilusión: con empuje, con determinación… pero siempre llegaba a un grado en que se bloqueaba y… el proyecto se quedaba ahí. Era, me decía, como tener “un agujero negro constantemente a tu lado, u oculto en un rincón de la cocina”. Y Los proyectos inacabados, (esos remordimientos de conciencia amenazantes), las obligaciones incumplidas tiempo atrás –que se acumulaban la una sobre la otra como objetos depositados al azar-, todo eso, atormentaba a Luis, según me contaba entonces.
…A su casa, también llegaban y llegaban esas notas de aviso urgente, que te dicen que vas a recibir un gran premio llamando a un cierto número, al cuál Pedro llamaba y llamaba y nunca nadie respondía, por lo que las notas se acumulaban sin salida en su escritorio….
Igualmente se acumulaban en parecido lugar, los periódicos de días pasados de fecha,… etc,etc
Todo eso junto, y muchas más cosas que poblaban su cabeza como nubes -algo que le hacía olvidar lo que había vivido, y le hacía recordar un montón de experiencias por las que él nunca había pasado (o ensoñar, más bien)- llegó un día en el que, de alguna forma, implosionó en su cuarto, en su casa entera –en su interior tal vez- (y digo implosionió, porque fue una explosión como hacia dentro, ya que externamente, de una forma significativa, el cambio no se llegó a notar demasiado) de una forma que, como él sólo podría adivinar algún tiempo después, hizo que todo aquél desorden superara un punto de no retorno, por el cuál ya nunca podría volverse del todo a su lugar.
Poco a poco, empezó a sentir cómo su escritorio, su cuarto… y luego paso a paso su casa entera, se iba llenando de un desorden que al principio sólo le asustaba, pero que pronto comprendió que ya no podía controlar. Iba creciendo como por impulso propio, como si el desorden tuviera vida, e iba llenando de cosas descolocadas o simplemente acumuladas una encima de otra, los pocos huecos que quedaban aún vacíos en su mesa, las hasta entonces semiordenadas estanterías, incluso el suelo, las sillas… en pilas de libros, de objetos intercalados, de periódicos pasados de fecha… algo que simplemente ya no podía soportar.
Pero lo que más aterrorizaba a Luis era otra circunstancia en realidad: la sensación de que ese desorden incontrolable, ese kippel, ese maremagno de bultos y objetos deslabazados, había llegado no ya a las puertas de su entorno, de su hábitat fisico, de su medio de subsistencia, sino que se había instalado también en su mente, dentro de su propia vida, en el mismísimo interior de –si es que eso era posible- su propia cabeza…
Tuvo la sensación de que los conceptos que había aprendido a lo largo de su vida, los libros leídos, las enseñanzas, la información de los medios, prensa, tv… todo eso se descolocaba y trastocaba en su cabeza, crecía y crecía con él en el medio… en algún momento algo se había torcido en su proceso natural, y él ya no era capaz de poder, al mismo tiempo, recolocarlo, y además atender a todo lo otro que simultáneamente derivaba hacia el olvido o el alejamiento imparable y eterno….
Y ordenar los recuerdos era algo que, en particular, le obsesionaba.
Se preguntó si en algún momento, en su propia mesa, en su cuarto (en su cabeza) se había producido un big bang (sin él darse cuenta) y ahora todo tendía hacia un alejamiento progresivo de los objetos entre sí.
Vasos usados de café apilados… guías urbanas usadas tiempo atrás, una cinta de carrocero, un libro que ni si quiera había leído…, lapiceros y bolígrafos cuya posición por la mesa no podía controlar ni determinar… El Principio de Indeterminación de Heisenberg, transmutado, reinaba en su mesa: no era posible determinar, de un objeto, su posición y su identidad al mismo tiempo que su velocidad de desintegración y abandono…
Recordaba vagamente las cosas que había apuntado como importantes para hacer en algún papel, y ahora intentaba recordar dónde estaba el papel en donde había apuntado cuáles eran los papeles que tenía que encontrar, en los cuáles había apuntado las cosas importantes a hacer… Y luego estaban las obligaciones cotidianas: el despertarse le sorprendía tarde, el desayuno le cogía a trashora, con todos los cacharros del día anterior (de los días anteriores) sucios y descolocados sobre el mostrador de la cocina y la mesa… las obligaciones diarias (que ya había abandonado) le cogían por sorpresa, pensaba que si salía a la calle a cumplirlas, al volver el desorden sería todavía peor… Luego, por las noches, siempre le sorprendía la hora demasiado avanzada para cenar, y para acostarse en condiciones de levantarse al día siguiente, y aunque siempre se decía que habría de hacer un esfuerzo, un esfuerzo para adelantar el horario de toda su vida, y moverlo hacia atrás de tal manera que fuera posible cogerlo todo un poco antes (aunque sólo fuera media hora) y que le diera tiempo a cumplir con todas las cosas… la verdad es que nunca era capaz. Siempre le llegaba la una de la noche, y no encontraba la manera de buscar el camino hacia la cama. Para él, según pensó un día, era como si el embrague, el engranaje del tiempo, hubiera patinado, se hubiera desencajado en un momento dado, y ya todo después se encontrase trastocado y desplazado del momento y lugar que debería corresponderle en realidad…
…Luis nos venía preocupando a los amigos desde hacía un tiempo porque, con una frecuencia cada vez mayor, había venido dejando de frecuentarnos, de quedar con nosotros, apenas incluso de salir a la calle. Un día, inconfundiblemente, llegamos al fin a una determinación sobre él: a Luis le ocurría algo en su casa.
Todo lo que a continuación contaré, lo sé (ahora puedo decirlo) porque Luis, en un esfuerzo ímprobo y final, acertó a escribir y mandarme a mí –tal vez su mejor amigo por aquél entonces- un mail explicándome de forma detallada la espantosa experiencia que le habría de llevar a un no menos espantoso final –que ahora yo adivino- según luego y a posteriori yo mismo he llegado a colegir…
Luis tenía en esa época, me decía al principio del mail, en particular, su escritorio repleto de proyectos empezados y sin acabar… Siempre arrancaba con la misma ilusión: con empuje, con determinación… pero siempre llegaba a un grado en que se bloqueaba y… el proyecto se quedaba ahí. Era, me decía, como tener “un agujero negro constantemente a tu lado, u oculto en un rincón de la cocina”. Y Los proyectos inacabados, (esos remordimientos de conciencia amenazantes), las obligaciones incumplidas tiempo atrás –que se acumulaban la una sobre la otra como objetos depositados al azar-, todo eso, atormentaba a Luis, según me contaba entonces.
…A su casa, también llegaban y llegaban esas notas de aviso urgente, que te dicen que vas a recibir un gran premio llamando a un cierto número, al cuál Pedro llamaba y llamaba y nunca nadie respondía, por lo que las notas se acumulaban sin salida en su escritorio….
Igualmente se acumulaban en parecido lugar, los periódicos de días pasados de fecha,… etc,etc
Todo eso junto, y muchas más cosas que poblaban su cabeza como nubes -algo que le hacía olvidar lo que había vivido, y le hacía recordar un montón de experiencias por las que él nunca había pasado (o ensoñar, más bien)- llegó un día en el que, de alguna forma, implosionó en su cuarto, en su casa entera –en su interior tal vez- (y digo implosionió, porque fue una explosión como hacia dentro, ya que externamente, de una forma significativa, el cambio no se llegó a notar demasiado) de una forma que, como él sólo podría adivinar algún tiempo después, hizo que todo aquél desorden superara un punto de no retorno, por el cuál ya nunca podría volverse del todo a su lugar.
Poco a poco, empezó a sentir cómo su escritorio, su cuarto… y luego paso a paso su casa entera, se iba llenando de un desorden que al principio sólo le asustaba, pero que pronto comprendió que ya no podía controlar. Iba creciendo como por impulso propio, como si el desorden tuviera vida, e iba llenando de cosas descolocadas o simplemente acumuladas una encima de otra, los pocos huecos que quedaban aún vacíos en su mesa, las hasta entonces semiordenadas estanterías, incluso el suelo, las sillas… en pilas de libros, de objetos intercalados, de periódicos pasados de fecha… algo que simplemente ya no podía soportar.
Pero lo que más aterrorizaba a Luis era otra circunstancia en realidad: la sensación de que ese desorden incontrolable, ese kippel, ese maremagno de bultos y objetos deslabazados, había llegado no ya a las puertas de su entorno, de su hábitat fisico, de su medio de subsistencia, sino que se había instalado también en su mente, dentro de su propia vida, en el mismísimo interior de –si es que eso era posible- su propia cabeza…
Tuvo la sensación de que los conceptos que había aprendido a lo largo de su vida, los libros leídos, las enseñanzas, la información de los medios, prensa, tv… todo eso se descolocaba y trastocaba en su cabeza, crecía y crecía con él en el medio… en algún momento algo se había torcido en su proceso natural, y él ya no era capaz de poder, al mismo tiempo, recolocarlo, y además atender a todo lo otro que simultáneamente derivaba hacia el olvido o el alejamiento imparable y eterno….
Y ordenar los recuerdos era algo que, en particular, le obsesionaba.
Se preguntó si en algún momento, en su propia mesa, en su cuarto (en su cabeza) se había producido un big bang (sin él darse cuenta) y ahora todo tendía hacia un alejamiento progresivo de los objetos entre sí.
Vasos usados de café apilados… guías urbanas usadas tiempo atrás, una cinta de carrocero, un libro que ni si quiera había leído…, lapiceros y bolígrafos cuya posición por la mesa no podía controlar ni determinar… El Principio de Indeterminación de Heisenberg, transmutado, reinaba en su mesa: no era posible determinar, de un objeto, su posición y su identidad al mismo tiempo que su velocidad de desintegración y abandono…
Recordaba vagamente las cosas que había apuntado como importantes para hacer en algún papel, y ahora intentaba recordar dónde estaba el papel en donde había apuntado cuáles eran los papeles que tenía que encontrar, en los cuáles había apuntado las cosas importantes a hacer… Y luego estaban las obligaciones cotidianas: el despertarse le sorprendía tarde, el desayuno le cogía a trashora, con todos los cacharros del día anterior (de los días anteriores) sucios y descolocados sobre el mostrador de la cocina y la mesa… las obligaciones diarias (que ya había abandonado) le cogían por sorpresa, pensaba que si salía a la calle a cumplirlas, al volver el desorden sería todavía peor… Luego, por las noches, siempre le sorprendía la hora demasiado avanzada para cenar, y para acostarse en condiciones de levantarse al día siguiente, y aunque siempre se decía que habría de hacer un esfuerzo, un esfuerzo para adelantar el horario de toda su vida, y moverlo hacia atrás de tal manera que fuera posible cogerlo todo un poco antes (aunque sólo fuera media hora) y que le diera tiempo a cumplir con todas las cosas… la verdad es que nunca era capaz. Siempre le llegaba la una de la noche, y no encontraba la manera de buscar el camino hacia la cama. Para él, según pensó un día, era como si el embrague, el engranaje del tiempo, hubiera patinado, se hubiera desencajado en un momento dado, y ya todo después se encontrase trastocado y desplazado del momento y lugar que debería corresponderle en realidad…
4 comentarios:
Ideas agolpadas pero desordenadas en la cabeza... proyectos sin terminar... solo puedo decir que entiendo muy bien a ese tal "Luis".
Lo peor del Kippel, pienso yo, no es cuando se encuentra en el exterior sino en el interior
Hello. This post is likeable, and your blog is very interesting, congratulations :-). I will add in my blogroll =). If possible gives a last there on my blog, it is about the Wireless, I hope you enjoy. The address is http://wireless-brasil.blogspot.com. A hug.
Eres mi primer detractor, tiene su encanto. Lo único que no entiendo es por qué llegaste con expectativas a mi blog.
Me gustó leerte, no es un estilo de relato que vaya mucho conmigo pero está bien escrito. Saludos.
Joder, soy tu 1er detractor? Pues entonces debes de ser una máquina! Yo tengo detractores x un tubo, lo cuál me da un poco de vidilla, y me escondo x aquí de todos ellos... De hecho, x otra parte, yo acostumbro a ser el peor, y te diría que el texto es una porquería, que colgé x pura desgana...
Hablando de otras cuestiones, yo no te critiqué, sino que me gustaron bstnt csas del rollo de tu blog
Publicar un comentario