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…No tuve ganas o ánimos para llamar a aquél número, o tal vez me pareció más seductor el acercarme hacia allá, casi de incógnito, por poder llegar a ver por mi cuenta qué me podría encontrar, si tal vez de veras mis pálpitos, mis ilusiones –un poco absurdas- pudieran tener algo de acertado, de realidad…
Así que una tarde, después del trabajo (que no hacía mucho acababa de conseguir), me encaminé hacia una dirección de la parte alta de la ciudad, cercana al área de negocios. El piso se trataba nada menos que de un onceavo, y al entrar al edificio me encontré con el ineludible control de identidades. “No, aquello no me podía llevar hacia el viejo” –me dije- ni presagiaba nada bueno, pero una vez allí mejor sería llegar hasta el final y comprobar qué se escondía tras aquél enigmático anuncio; así que sobre la marcha improvisé que tenía cita en una ETT que –infaliblemente- pude ver que residía en una de las plantas del inmueble.
Subí a la 11 con mi tarjeta para la ETT, y saludé a la cámara al salir, (para a la vuelta tener algo de distracción con el segurata). Al fondo del pasillo se doblaba a la izquierda, y de golpe me encontré con el letrero “¿Soluciones Mágicas?”, y debajo “Depilación láser: inmediata”, “Cirugía instantánea”, “Correctores faciales”… etc. Era una clínica de Cirugía Estética. Oh, my god…
Aún tuve ganas de entrar y preguntar, por asegurarme algo para conmigo mismo. “Esto es una clínica, ¿verdad?” “Sí, señor”. “Gracias”. Así que me fui…
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…Alguien me habló de un lugar llamado “El Milagro” algún tiempo después; un pueblo, un restaurante de carretera, y no pude por menos que, igualmente, relacionarlo con ésta extraña historia. “El Milagro. Qué curioso nombre”, me dije, “sí señor”. El “Milagro” auténtico estaba lejos, era en realidad un pueblo de una lejana carretera del interior, o un lugar, con un famoso restaurante de carretera, o vete tú a saber qué. Pero –por un momento pensé-, si, en realidad, ¿no estaré creando un precedente para los que vengan luego a revisitar todo esto después?…Valía la pena intentar algo.
Sí, me resultó curioso el nombre de “El Milagro”, y entonces se me ocurrió meterlo en una guía, buscarlo, por ver qué salía. Y “cuál no sería mi sorpresa” –como dicen en los cuentos malos- cuando no llegué sino a encontrar que había un Bar llamado “El pequeño Milagro”, en el barrio, muy cerca del mismo lugar adónde me habían dado las extrañas tarjetas….
…No tenía mucho que hacer aquella tarde en que estaba, así que me fui para allá. El lugar era una típica calle solitaria del barrio de Tetuán, de esas en las que fácilmente se adivina la presencia del cercano centro. Creí poder sentir el viento soplando, y moviendo las hojas a la entrada… Cuando entré, luego de acomodarme y mirar por un segundo al único parroquiano, después de esperar pacientemente al “jefe”, no me dejé de fijar en los viejos y ajados letreros de la pared. Rezaban así, por ejemplo “…El Señor Milagroso recomienda hoy: Sardinas fritas y al ajillo”. “El Señor Milagroso le recuerda que “hoy no se fía; mañana sí””. “El Señor Milagroso, también se agradecen propinas” y por último “No olvide probar los famosos pollos fritos del “Señor Milagroso””.
…Llevaba bastante tiempo sintiendo frío en mis “mangas de camisa” –como solía decirme mi madre- pero no había sido capaz hasta el momento de ponerme el jersey que llevaba anudado a la cintura. Simplemente, no era capaz –no me preguntéis por qué. Sólo sabía beber de mis cañas de cerveza que pacientemente había ido pidiendo, como por esperar algo, algún acontecimiento que viniera a producirse, sin saber muy bien el qué pudiera ser. Para ese momento –serían ya las 11 o 12 de la noche- debía llevar ya unas buenas dos o tres horas en el solitario sitio. Y entonces…
…A eso de las 11:30, al fin, llegó el “Señor Milagroso”. Bingo. Sabía que ése tipo vendría, no me preguntéis por qué tampoco. Yo ya iba cargadito de las muchas cañas que me había tomado –él se había sentado y pedido un vino- así que no me costó mucho esfuerzo acercarme hasta él y hablarle. Ya sabéis, las cosas “con alcohol, son mucho más fáciles”. Además, había bebido lo suficiente como para estar lúcido.
…No tuve ganas o ánimos para llamar a aquél número, o tal vez me pareció más seductor el acercarme hacia allá, casi de incógnito, por poder llegar a ver por mi cuenta qué me podría encontrar, si tal vez de veras mis pálpitos, mis ilusiones –un poco absurdas- pudieran tener algo de acertado, de realidad…
Así que una tarde, después del trabajo (que no hacía mucho acababa de conseguir), me encaminé hacia una dirección de la parte alta de la ciudad, cercana al área de negocios. El piso se trataba nada menos que de un onceavo, y al entrar al edificio me encontré con el ineludible control de identidades. “No, aquello no me podía llevar hacia el viejo” –me dije- ni presagiaba nada bueno, pero una vez allí mejor sería llegar hasta el final y comprobar qué se escondía tras aquél enigmático anuncio; así que sobre la marcha improvisé que tenía cita en una ETT que –infaliblemente- pude ver que residía en una de las plantas del inmueble.
Subí a la 11 con mi tarjeta para la ETT, y saludé a la cámara al salir, (para a la vuelta tener algo de distracción con el segurata). Al fondo del pasillo se doblaba a la izquierda, y de golpe me encontré con el letrero “¿Soluciones Mágicas?”, y debajo “Depilación láser: inmediata”, “Cirugía instantánea”, “Correctores faciales”… etc. Era una clínica de Cirugía Estética. Oh, my god…
Aún tuve ganas de entrar y preguntar, por asegurarme algo para conmigo mismo. “Esto es una clínica, ¿verdad?” “Sí, señor”. “Gracias”. Así que me fui…
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…Alguien me habló de un lugar llamado “El Milagro” algún tiempo después; un pueblo, un restaurante de carretera, y no pude por menos que, igualmente, relacionarlo con ésta extraña historia. “El Milagro. Qué curioso nombre”, me dije, “sí señor”. El “Milagro” auténtico estaba lejos, era en realidad un pueblo de una lejana carretera del interior, o un lugar, con un famoso restaurante de carretera, o vete tú a saber qué. Pero –por un momento pensé-, si, en realidad, ¿no estaré creando un precedente para los que vengan luego a revisitar todo esto después?…Valía la pena intentar algo.
Sí, me resultó curioso el nombre de “El Milagro”, y entonces se me ocurrió meterlo en una guía, buscarlo, por ver qué salía. Y “cuál no sería mi sorpresa” –como dicen en los cuentos malos- cuando no llegué sino a encontrar que había un Bar llamado “El pequeño Milagro”, en el barrio, muy cerca del mismo lugar adónde me habían dado las extrañas tarjetas….
…No tenía mucho que hacer aquella tarde en que estaba, así que me fui para allá. El lugar era una típica calle solitaria del barrio de Tetuán, de esas en las que fácilmente se adivina la presencia del cercano centro. Creí poder sentir el viento soplando, y moviendo las hojas a la entrada… Cuando entré, luego de acomodarme y mirar por un segundo al único parroquiano, después de esperar pacientemente al “jefe”, no me dejé de fijar en los viejos y ajados letreros de la pared. Rezaban así, por ejemplo “…El Señor Milagroso recomienda hoy: Sardinas fritas y al ajillo”. “El Señor Milagroso le recuerda que “hoy no se fía; mañana sí””. “El Señor Milagroso, también se agradecen propinas” y por último “No olvide probar los famosos pollos fritos del “Señor Milagroso””.
…Llevaba bastante tiempo sintiendo frío en mis “mangas de camisa” –como solía decirme mi madre- pero no había sido capaz hasta el momento de ponerme el jersey que llevaba anudado a la cintura. Simplemente, no era capaz –no me preguntéis por qué. Sólo sabía beber de mis cañas de cerveza que pacientemente había ido pidiendo, como por esperar algo, algún acontecimiento que viniera a producirse, sin saber muy bien el qué pudiera ser. Para ese momento –serían ya las 11 o 12 de la noche- debía llevar ya unas buenas dos o tres horas en el solitario sitio. Y entonces…
…A eso de las 11:30, al fin, llegó el “Señor Milagroso”. Bingo. Sabía que ése tipo vendría, no me preguntéis por qué tampoco. Yo ya iba cargadito de las muchas cañas que me había tomado –él se había sentado y pedido un vino- así que no me costó mucho esfuerzo acercarme hasta él y hablarle. Ya sabéis, las cosas “con alcohol, son mucho más fáciles”. Además, había bebido lo suficiente como para estar lúcido.
“Buenas” “Oiga, no he podido dejar de fijarme en ese letrero que llevaba el otro día –y que por cierto, hoy no lleva- y que rezaba “Señor Milagroso”. El tipo me miró asombrado… (sigue)
1 comentario:
queremos más más más ENTRADAS a ver cuando publicas esta. ¿de verdad que lo viste?
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