jueves, 12 de julio de 2007

EL HOMBRE QUE NUNCA DESPERTÓ... DE SU SIESTA


Yo tenía un amigo llamado Santiago. Es un caso curioso, pues éste mi amigo, siempre que quería contar algo sorprendente o chocante, o incluso alguna broma, algo que le hubiera pasado a él mismo (en realidad), empezaba a decir “pues yo tenía una amigo que tal…. y una vez le sucedió una cosa muy curiosa, cuál…”, y los que de verdad le conocíamos –que éramos muy pocos, os lo aseguro- le mirábamos, pensando y sabiendo para nuestros adentros que en realidad era de él mismo de quien hablaba…

Pues bien, a ese amigo mío que yo tenía, como os digo, le pasaba una circunstancia muy curiosa. Bueno, en realidad le pasaban varias circunstancias curiosas (de ahí tal vez, el que siempre quisiera descargarse peso, diciendo que las cosas realmente le pasaban a otros terceros, y no a él). Por ejemplo, una de las cosas que le pasaban, y en esto él era absolutamente único en el mundo, es que, a veces, cuando la circunstancia era precisa y óptima, entonces, como si saliese de sí, se podía ver a sí mismo como si lo viera una tercera persona. Se podía ver, físicamente, como estando fuera de sí. …Pero bueno, esto es otra historia que nada tiene que ver con la que de hoy os venía a hablar. Así que vayamos al grano.

La circunstancia curiosa que le pasaba a mi amigo Santiago, esa de la que hoy SÍ venía a hablaros… era la de poseer otra muy extraña y curiosa facultad, que consistía en algo así como… cómo lo diría yo… sumergirse en unos sueños, siempre después de comer, siempre a la hora de la siesta –que dicho sea de paso, respetaba escrupulosamente- que resultaban curiosísimos, pues según nos contaba él, tenían la extraña capacidad de revelarle aspectos y respuestas a las dudas capitales de la vida.

…Las siestas, esas extrañas siestas de mi amigo (y no así los sueños nocturnos, por ejemplo) le proporcionaban, repentinamente, respuestas para la vida que le evitaban muchos de los quebraderos de cabeza por los que el resto normalmente debemos pasar, y que en el caso de mi amigo, debido fundamentalmente a su peculiaridad, eran aún mayores. Le decían, por ejemplo, a qué chicas, de esas a las que trataba y tal vez no le hacían caso, valía la pena llamar, insistir. Cuáles otras realmente se habían portado desconsideradamente con él, cuáles no le trataban con justicia, y por tanto no valía la pena volver a intentar nada. Cuáles sí, cuales se merecían el esfuerzo y habrían de recompensarle en el futuro con cariño o, al menos, con amistad sincera…

Total, que esas dudas existenciales que a menudo nos asaltan, y que pueden llegar a destrozarnos tardes enteras con su rastro de angustia, las vivía mi amigo –no sin gran dolor, no sin que le llegaran a parecer situaciones totalmente reales y , a menudo, aún peor que reales- durante sus siestas, y sin embargo siempre, al acabar, la respuesta, la solución al angustioso enigma, que parecía mucho más monstruoso y devastador en sueños, le llegaba en un mensaje final, suave y tenue, como dejado en el aire, que siempre se producía al empezar a despertar, y que le decía, solamente: quien sí, quién no, qué cosas hacer, cuáles no…

Otras veces, sin embargo, las siestas eran extrañamente plácidas, teñidas de un placer tan agradable y embriagador, que mi amigo Santiago no podía sino recordarnos con goce y añoranza, como si realmente deseara volver a su cama y revivir aquellos sueños vespertinos de los que la Realidad, tan cargante y tozudamente, venía a sacarle para traerle a nuestra presencia. Diríase que, en esas situaciones, para nuestro amigo Santiago, la vida era sólo un recuerdo vago y pálido, a menudo cargante y repleto de indeseadas responsabilidades, respecto a esa otra realidad más ensoñada pero más compasiva con él, que era el sueño. Porque la verdad es que la Vida, la vida real y despierta, a mi amigo Santiago, no le trataba del todo bien.

En realidad (yo creo ahora), no era eso exactamente, sino más bien lo que pasaba es que Santiago estaba como envuelto de un halo, una sensación, como si él no estuviera nunca despierto del todo. Como si anduviera siempre a medio hacerse, a medio despertarse: es por eso que las obligaciones de la vida, los ajetreos de ésta, las responsabilidades que continuamente deben asumirse, le resultaban tan pesados: obligaciones como las de mantener relaciones con otra gente, como ocuparse de amigos, como ocuparse de chicas, de tener que “flirtear” con ellas, de tener que llamarlas, de tener que esperarlas… Eso le era pesado. …Todo lo que no le daba su teléfono móvil (siempre vacío de llamadas), todo lo que no eran para él las inexistentes cartas, las lejanas noticias, los requerimientos sobre su persona –que nunca llegaban- lo era, sin embargo, su siesta vespertina. Era una siesta mágica, como vulgarmente se dice. Así lo era para él.

…A veces podía oírlos a los demás, (me contaba una vez) sus voces cómo lejanamente sonaban, -como si tal vez él pudiera estar allí, entre ellos, pero nunca del todo-, como si, en realidad, un mundo le separase del mundo real, como si hubiese aún un mundo intermedio, interpuesto entre el suyo, y el que ocupaban todos los otros. …Otras veces, podía oír lejanamente sus pasos, los de su familia, las voces cómo se iban alejando, cómo salían de la casa, y luego, al despertarse en la realidad, siempre le ocurría lo mismo: esa extraña sensación, al despertar, de que todos ya se han ido. De que todos han abandonado la casa…

(Es curioso, noto que empiezo a hablar de mi amigo, como si tal vez lo conociera demasiado…)

Así veía a la gente Santi en sueños. Como desde debajo de una piscina

Me decía, intentando explicar la situación, que era como si viese a las otras personas, como se verían… estando debajo de una piscina, y la gente estuviera arriba, y se les viera así desde una distancia y una perspectiva que los hiciera distantes e inalcanzables –por siempre- a su propia persona.

…Poco a poco, sin embargo, Santiago había venido notando –como un día me confesó- que cada vez, cada día que pasaba, le iba costando más y más el despertarse, el levantarse de sus siestas. Como si el sueño, extrañamente, le fuera ganando terreno a la vida… A veces, tal vez inmerso en el sueño, confundía ficción con realidad, siendo estas situaciones bien fascinantes y embriagadoras, bien completamente aterrorizadoras. En otros momentos, ora despierto, andaba en que ya no sabía si estaba viviendo realmente el sueño, y tal vez probaba a hacer actos disparatados, locuras propias de la ensoñación, sin reparar en que estaba entre el mundo de los despiertos de nuevo...

…Yo le advertí. Le advertí, a mi amigo. Le dije que tenía que cuidar eso, que debía tomar precauciones, ir a un médico, porque ese su don, teniendo tantas cosas positivas y satisfactorias, tal vez, sin controlarlo, un día pudiera llegar a… Sin embargo, él me respondía que contaba con un inestimable aliado en su viejo reloj con cronómetro, un reloj que tenía desde hace nosecuantropecientos años ha, y que siempre le despertaba con el sonido pipipipiit de su despertador, sin riesgo al error o al descuido. Santiago creía, realmente, que aquél reloj “mágico” sólo le podía despertar de hasta el más profundo sueño; pero que, en su falta, ninguno otro lo podría hacer igual…

…Un día a su reloj digital, ese viejo reloj Casio que, casi mágicamente, le despertaba por las mañanas y en las tardes, con su pi-pi-pi-piiiiiiit (sin el cúal, como digo, Santiago pensaba, no podría seguir pues ningún otro despertador le habría de despertar igual,) empezó inadvertidamente a fallarle el enganche: ese pequeño pasador metálico que a veces se sale de su posición, y que hay que cambiar cuando empieza a coger holgura…

…Santiago encontró en la calle cercana a donde trabajabamos a una extraña y vieja señora que reparaba correas de pulseras y demás –y esto le sorprendió un poco- la cuál, como luego comentaba a su madre, “le atendió muy amablemente nada más verle pasar a su modesta tienda; le reparó el reloj colocándole un pasador nuevo, y con varias puntadas de pegamento había remendado el enganche… Y luego, al acabar, extrañamente no le había querido cobrar nada”. Sin embargo, al salir, le había mirado extrañamente; como con una media sonrisa en la boca. (No sé si este detalle es importante, pero por si acaso lo cuento; pues a la luz de lo que pasó después, no he dejado de pensar en él…)

Pues bien. Desde aquél día, no volví a ver a mi amigo Santiago. Ya nunca he vuelto a saber de él. Ha pasado mucho tiempo desde el último día que lo ví, en el que me contó esta última historia: en su casa no me han querido hablar más: nada han querido responder del enigma. Según ellos, se fue a otra ciudad... Pero yo sospecho la verdad, porque en el trabajo que compartíamos, sólo un día después, encontré el viejo cronógrafo de Santiago (el único que podía despertarle), que se le había caído (inadvertidamente, seguro) por el defectuoso enganche del cierre. Sé que aquél día Santiago se acostó para una de sus largas siestas, y ya no despertó más… Tal vez, sea ahora mejor para él, pues siempre pensé que ese su mundo propio de él, el del sueño, era en realidad el lugar al que siempre –secretamente- había pertenecido, eternamente somnoliento, sin chicas indecisas a que llamar, ni decisiones vitales que tomar. En todo caso, vaya este recuerdo por él. Que el Señor lo proteja.
Canción recomendada: "Looking glass", de The La's (no la encontré en youtube...)

5 comentarios:

brujito dijo...

Todavia venden ajos por ahí ?

Patricia dijo...

ups... pues a lo mejor me equivoco, o es que mi mente va por libre... pero a mi me da que tu amigo (a parte de ser bastante especial) quizá fuera pelín esquizofrénico... y que aquella tarde como bien dices no despertara del sueño y montara algún circo en casa... por lo que la familia no te habló de ello y él desapareció, quizá para ser ingresado en algún sitio... No se, a lo mejor me estoy pasando de "lista", pero es la sensación que me transmite lo que has escrito y me dejo guiar por mi intuición... que suele ser infalible, pero que también puede fallar como una escopeta de feria.
En fin, que yo venía a darte las gracias por tu comentario en mi blog y a preguntarte qué clase de jefe eres tu ;)
Saludos.

Anónimo dijo...

No se por que me da la sensación de conocerlo...

Anónimo dijo...

Por cierto, te dejo otra canción para acompañar esto:

En cierto modo resulta divertido, en cierto modo triste.
Los sueños en los que agonizo son los mejores que he tenido.
Resulta duro de decir, duro de aceptar
cuando la gente camina en círculos.
Es un mundo desquiciado.
Amplia tu mundo.
Mundo loco.

"Mad world"

El-Al-Eim dijo...

Je je, muy buena canción, le viene como anillo al dedo, y además sabemos que es especial por varias razones, no?

;-)